Princesas de Disney: unos de los personajes más
influyentes del mundo, en especial entre el público infantil femenino (hay que
tener en cuenta que las encuestas dicen que cada niña ve una media de 40 veces
la película de su princesa favorita). Hablamos de una industria que mueve
millones cada año y que lleva en nuestras vidas desde 1937, momento en el que
se estrena “Blancanieves y los siete enanitos”, la primera película de la
compañía Disney.
Este hecho, por sí solo, no nos alarma, ¿qué clase
de catástrofe mundial puede causar una niña viendo la película de su princesa Disney? El problema viene
cuando nos damos cuenta de que, en general, las princesas a las que tanto
admiran se muestran como personajes que necesitan ser rescatados, como personajes
que no se valen por sí mismos sin tener un hombre alrededor.
Además, si esto no os parece poco, la compañía
Disney sólo nos ofrece dos tipos de mujer: la princesa, que no suele tener más
de 18 años, que es muy hermosa e inocente y que, por lo general, no parece
haber tocado un libro en su vida; y la malvada bruja, que se salta todas las
reglas, que es manipuladora e inteligente y, por supuesto, es la que todo el
mundo odia. Y encima es fea. Normal que todas las niñas quieran ser las princesas…
Pues bien, analizando a las principales princesas a lo largo de
la historia, nos damos cuenta de que aparecen casi siempre en grupos de tres.
En un primer momento, encontramos a Blancanieves (1937), Cenicienta (1950), y a Aurora (“La Bella Durmiente”, 1959). Son
tres chicas obedientes, víctimas de la autoridad, que enseñan a su público que
no deben sublevarse ante las injusticias y que, al final, consiguen realizarse
como personas cuando se casan con su príncipe y tienen hijos. Menos mal que
eran otros tiempos…
En segundo lugar encontramos a Ariel (1989), Bella (1991),
y Jasmín (1992), aunque todos
sabemos que esta última no es la protagonista de la película. Estas
producciones nacen tras la Guerra Fría, una época en la que, por fin, la mujer comienza
a disfrutar de una gran libertad dentro de una sociedad en la que, se supone,
su único rol no está en el hogar. Por ello, gracias a esos cambios, en este
caso nos encontramos con unas princesas más curiosas que salen de su unidad
familiar para descubrir otras posibilidades, pero que, al igual que el trío
anterior, acaban dando el “braguetazo” y casándose con el príncipe. Menos en el
caso de Aladdin, quién no sólo consigue a la chica sino también un reino. No
está mal como resultado para un amor a primera vista, ¿no?
Centrándonos un momento en Ariel, podría
impresionarnos el sacrificio que hace por el amor de su vida (deja de lado
tanto el mundo que conoce como su voz). Sin embargo, hay que tener en cuenta
que lo hace por “el príncipe” y, además, tal como dice Úrsula (la malvada bruja
de esta historia), tampoco tenía nada interesante que contar.
La siguiente triada la formarían Pocahontas (1995), Mulán (1998) y Tiana (2009).
Son las princesas multiétnicas que, además, ya son de mayor edad. En estas
vemos un claro avance respecto a las anteriores, ya que, por primera vez, son
ellas las que tienen que abrirse paso por su cuenta en un mundo dominado por
hombres, sin que nadie las rescate. Aunque… al final todas acaban comiendo
perdices al lado de su príncipe azul. No falla.
En estas tres películas, además, entran otros temas
como el de ser ‘salvaje’ o ‘travesti’. Aunque al final llegamos a lo mismo, son
siempre los hombres quienes dominan la esfera pública y ostentan el poder.
Por último nos encontramos con las nuevas, a las que
les falta aún una compañera. Son Rapunzel
(2012) y Mérida (“Brave”, 2013).
En estas dos es más complicado encontrar similitudes.
Aunque la película de Rapunzel (“Enredados”) es una
adaptación de un cuentto clásico, en ella podemos ver como la princesa es una
mujer rebelde que usa todas las armas que tiene para escapar, no dedicándose
únicamente a peinarse mientras espera a su amor verdadero, como había hecho su
predecesora.
En el caso de Mérida, vemos un mayor avance del
estereotipo, principalmente porque es la única película en la que no aparece un
príncipe azul (verde, rojo, amarillo o de cualquier otro color) en la historia.
En su caso, la princesa se enfrenta a la censura de no cumplir con las normas
sociales establecidas que debe seguir, como manda su posición.
No obstante, a pesar de todo esto, nosotros nos
quedamos con el lado positivo del asunto: con el tiempo las princesas
evolucionan, enseñando a las niñas que, muchas veces, una espada y un arco son
más útiles que un bonito vestido.